lunes, 12 de diciembre de 2011

LA PORFIADA DEBILIDAD DE DIOS: LA POBREZA Y LOS POBRES.

Un rancho con dos bestias, ¡Que gran riqueza! En el pesebre se oculta el más grande tesoro del mundo...

Recuerdo y comparto de forma especial en esta Navidad las reflexiones a las que nos invitó en mayo de este año el Sacerdote Rafael Villena, Sacerdote de la Arquidiocesis de Santiago de Chile, Sacerdote que nos predicó un retiro espiritual en la laguna Merín, Frontera entre Uruguay y Brasil.

Me limito a trascribir como un abuso que me perdono a mi mismo con el objeto de que servirá a muchos, algunos apartes de las reflexiones que nos compartía este sacerdote y las cuales me parecen espectaculares para pensar en esta Navidad del 2011.

I   Jesús nace en una pesebrera. 
No es bueno adornar demasiado el pesebre de Navidad. No es bueno domesticarlo. El pesebre nos denuncia, nos cuestiona. Es necesario recordar que Jesús nació en una pesebrera porque “no hubo lugar para él en la posada” (Lc.2, 7). Y cuando muere, lo hace entre ladrones (Mc.15, 27) y lo entierran en una tumba prestada (Mt.27, 57-61). Tampoco tuvo lugar propio. El Hijo del Hombre no tenía dónde reposar su cabeza (Lc.9, 57-58). Este dato histórico ya marca el itinerario y las opciones de los discípulos. En las pesebreras viven los animales y lo que hay ahí es lo propio de los animales. Ahí nace el Hijo de Dios. Conozco una abuelita que nació en un pajar, pero no es lo normal.
Jesús podía haber nacido en alguna de las potencias de la época; sin embargo, lo hace en un pequeño país. Y no nace en la capital, Jerusalén, sino en un pequeño poblado. Y no en el Templo o en la mejor casa de Belén. Ya sabemos dónde.  Dios tiene una porfiada debilidad por la pobreza y por los pobres. Sin excluir a nadie, éstas son sus opciones. Los pastores serán los primeros en llegar a adorarle. Vivirá rodeado de “pecadores”, descalificados y excluidos, y morirá entre ladrones. Realmente Dios ama “hasta el extremo”, hasta donde nos cuesta mucho llegar a nosotros.
II Nuestra fragilidad, posibilidad de que Jesús nazca.
Toda persona adulta sabe, por experiencia propia, que en la vida se dan grandes crisis y quiebres. Por lo menos 2 son gratuitas y seguras: el nacimiento y la muerte. Pero es necesario pasar por momentos en que todo pareciera terminarse, irse abajo. Y hay que comenzar de nuevo, “reinventarse”. Jesús lo llama “nacer de nuevo, de lo alto, del agua y del Espíritu” (Jn.3, 3.5). Fallan los referentes, caen las seguridades; muchas veces, personas significativas se alejan,  y se experimenta, además del quiebre, una profunda soledad. Se quiebra el orgullo, se experimenta el fracaso, la inseguridad, la impotencia. Es necesario morder polvo y desde el suelo, entre lágrimas, sudor y sangre, clamar: “¡Sálvame, Señor”, que me hundo! (Cfr. Mt. 14, 30). Mientras mantengamos la mirada fija en Jesús, seremos capaces de avanzar en la vida. En la medida que nos centramos en nosotros mismos, o en lo adverso de las circunstancias, nos hundimos. No es fácil pedir ayuda. Normalmente se hace después de muchos intentos fallidos. A veces, demasiado tarde.
Nuestra fuerza está en la debilidad que se abre a Dios. La debilidad traspasada de gracia es fuerza y poder. La debilidad cerrada sobre sí misma es abandono a las propias fuerzas, escasas e inconstantes. Quien no pone su fragilidad en Dios, queda confiado a sí mismo. Sabemos lo resbaloso y traicionero de este terreno. Por más que creamos tener algunas habilidades. No nos servirán a la hora del sinsentido. Cuando estamos bien, somos capaces de nadar con variados estilos. Cuando estamos mal, flotar ya es bastante. Cuando estamos bien, navegamos con nuestros propios sentidos. Cuando estamos mal, hay que ser capaces de navegar con otros instrumentos. Confiar en otros. En la vida hay que aprender esta obediencia básica y vital. El aprendizaje es largo y duro. Es inútil “rebelarse contra el aguijón” (Cfr. Hch.26, 14). Con bastante frecuencia, la debilidad propia negada se transforma en rigidez e intolerancia con el prójimo, y se hace difícil la misericordia con el hermano, lo que afecta seriamente el trabajo en equipo y la vida comunitaria.
El Apóstol Pablo recorre este largo e importante camino. “No me alabaré sino de mis debilidades… ‘Te basta mi gracia; mi fuerza actúa mejor donde hay debilidad’. Con todo gusto, pues, me alabaré de mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo… Cuando me siento débil, entonces soy fuerte” (2 Cor. 12, 5-10). Y Jesús les recomienda a sus discípulos “estar despiertos y orar”, pues “el espíritu es animoso pero la carne es débil” (Mt. 26, 41; cfr. 1 Cor. 16,13-14). No es excusa ser débil. Ese no es el problema. Todos somos débiles. “Soy un pobre malherido” (Ps 68). El punto de la vida espiritual es cómo abrirnos y poner en Dios esta debilidad. Esa es la diferencia. Cuando no ponemos nuestra debilidad en las manos de Dios, hay mayor resistencia a la acción de la gracia en nosotros. Normalmente, no somos ni seremos pobres, pero sí podemos experimentar nuestra propia indigencia. Para nosotros, la pobreza es una opción, pero conocer la propia indigencia supone una actitud fundamental de obediencia. Al iniciar el Seguimiento de Jesús, creímos haberlo dejado todo. ¿Qué se puede dejar en la juventud? A lo más, algunas posibilidades de futuro. En cambio, en la madurez de la vida, somos despojados. Y este es el Seguimiento definitivo, en que intuimos que no hay vuelta atrás. El “Sígueme” de Jesús suena ahora totalmente distinto (Cfr. Jn 21,15-23).
III Incluso desde nuestro pecado.
Jesús, el  Cordero inocente, el que no conoce pecado, es “hecho pecado por nosotros” (2 Cor.5, 21), para que, en Él, lleguemos a participar de la santidad de Dios. “Lo hizo víctima por el pecado” (Rom. 8, 3). Fuertes afirmaciones de Pablo. Jesús, por su Encarnación, comparte nuestra existencia humana, para que nosotros alcancemos la vida de Dios. Sin conocer Él mismo el pecado, sufre y asume en sí las consecuencias de éste: sufrimiento, injusticia, mentira y, finalmente, la muerte. Pero, la última palabra siempre será de Dios y, por lo mismo, siempre será de vida, y de Vida Eterna. El Padre no podía permitir el triunfo del mal y de la muerte. En Él, triunfamos todos.
Incluso nuestra realidad de pecado puede ser ocasión para alcanzar la vida de Dios, en la medida que nos volvemos a Él, a su amor, a su misericordia y a su perdón. También podemos exclamar, junto con la Liturgia de Resurrección “¡Feliz culpa, que nos mereció tal Redentor! Jesús es el  Perdón de Dios. Él nos devuelve al Padre, al precio de su vida. La clave está en denunciar nuestro propio pecado como un cuerpo extraño, como un anti-yo. Lo peor es identificarse con el propio pecado. De ese modo, lo escondemos, lo protegemos. Y aprendemos a mentir. El pecado hay que desenmascararlo, ponerlo sobre la mesa del perdón y denunciarlo. El personal y el social. Si no, nos hacemos cómplices suyos (Cfr. Rom.7, 14-25). En un creyente, en un consagrado, hasta su pecado ha de ser transparente. Lo peor es el pecado oculto. Expresa la confusión que provoca el mal en nosotros, hasta llegar a proteger al mismo que nos secuestra (síndrome de …….). “Este es nuestro ministerio. Lo tenemos por pura misericordia de Dios y por eso no nos desanimamos… No nos predicamos a nosotros mismos, sino que anunciamos a Cristo Jesús como Señor… Con todo, llevamos este tesoro en vasos de barro para que todos reconozcan la fuerza soberana de Dios y no parezca como cosa nuestra” (2 Cor. 4, 1-15). Importante ministerio este de la reconciliación con Dios. De Él nos “viene todo consuelo, el que nos conforta en todas las pruebas por que ahora pasamos, de manera que nosotros también podamos confortar a los que están en cualquier prueba, comunicándoles el mismo consuelo que Dios nos comunica a nosotros” (2 Cor. 1, 3-4).*ver  traducción. El ministerio entregado a la Iglesia en manos de Pedro nos desafía: “todo lo que ates en la tierra será atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, será desatado en los cielos” (Mt. 16, 13-20). Grave responsabilidad. Es necesario tomar conciencia sobre ello. Creo que estamos para desatar y no para atar (Cfr. Lc. 6, 36-38).
Jesús, “no vino para socorrer a los ángeles, sino a los hijos de Abraham” (Hb. 2,14-18). “Por eso, que cobren vigor los brazos que desfallecen y que se hagan firmes las rodillas debilitadas” (Hb. 12,12).
Con los de conciencia débil, me hice de conciencia débil, a fin de ganarlos. Me hice todo para todos con el fin de salvar por lo menos a algunos” (1 Cor.9, 22).
“Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor” (Ps. 26).
¿Conozco mi fragilidad? ¿Sé cuidarme o me sobreexpongo? ¿Logro integrar mi fragilidad al conjunto de mi persona? ¿Pongo en ella la Luz de Jesús y su Gracia? ¿Conozco la fragilidad de mis hermanos? ¿Cómo reacciono ante ella?
Aparecida N° 177
“… también hay situaciones, nunca bastante deploradas, en las que la Iglesia misma sufre por la infidelidad de algunos de sus ministros. En estos casos, es el mundo el que sufre el escándalo y el abandono. Ante estas situaciones, lo más conveniente para la Iglesia no es tanto resaltar escrupulosamente las debilidades de sus ministros, cuanto renovar el reconocimiento gozoso de la grandeza del don de Dios, plasmado en espléndidas figuras de Pastores generosos…”. (Benedicto XVI, Convocatoria al Año Sacerdotal 1,5).
“Sabemos que hay quienes  pasan por grandes tribulaciones y dificultades… “llevamos este tesoro en vasos de barro…” (2 Cor. 4,1.7)…  para ser fieles…  tenemos que tomar conciencia clara de “la insuficiencia de nuestros recursos humanos, el escaso valor de nuestras facultades para la misión que Cristo ha confiado a los ministros de su Iglesia”. Y que “la respuesta que corresponde a este don no puede ser otra que la entrega total: un acto de amor sin reservas. La aceptación voluntaria de la llamada divina al sacerdocio fue, sin duda, un acto de amor que ha hecho de cada uno de nosotros un enamorado. La perseverancia y la fidelidad a la vocación recibida consiste, no sólo en impedir que ese amor se debilite o se apague (Cfr. Ap. 2,4), sino en avivarlo, en hacer que crezca cada día” (Carta a los Sacerdotes Año Sacerdotal N° 4-5, Comité Permanente CECH, junio 2009).
Pbro. Rafael Villena. Pellines, 22 enero 2009